¿Estar en forma? ¿O sentirse bien?

Nos quejamos habitualmente de que queremos estar en forma y pasamos por alto que estar en forma no significa necesariamente sentirse bien, sino al revés: sentirse bien implica estar en forma.

Estar en forma es un concepto objetivo, medible y relativo. Tiene que ver con poder medir la flexibilidad, la coordinación, la fuerza, la resistencia, la velocidad y otras variables puramente físicas. Podemos tener medidas objetivas de todo ésto: en cuánto tiempo corremos 100 metros, cuántos centímetros me faltan para poder tocar los dedos de mis pies con los de mis manos, cuántas sentadillas puedo hacer. Son las medidas que utilizamos habitualmente para medir cuán en forma estamos y que cobran sentido al relacionarlas con un objetivo: quiero correr una media maratón, por ejemplo.

A veces, este objetivo es tan extremo que ya no tiene que ver con el bienestar. Dentro del ámbito del deporte de competición, el estado físico óptimo es el que implica el desarrollo al máximo nivel de todos los sistemas motores necesarios para dicha actividad sin llegar a la lesión. Como un Fórmula 1, que funciona con el motor a máxima potencia y siempre al límite de sus posibilidades. Este vehículo sirve exclusivamente para la carrera: evidentemente, no es el vehículo más adecuado para ir de compras o de vacaciones. De manera análoga, los deportistas entrenados no necesariamente están mejor preparados para las actividades cotidianas ni para otros deportes. Son máquinas de precisión, de potencia, de velocidad -por citar solo algunas- dedicadas a mantener y mejorar ese estado.

El estar en forma es un punto tan límite y tan demandante que ya no implica el bienestar.

Como decíamos al principio, hay que invertir la ecuación y definir qué cosas nos hacen sentir bien, qué eleva nuestra calidad de vida. A nivel físico, el poder lograr esos objetivos es nuestra medida relativa de estar en forma.